sábado, 10 de septiembre de 2011

Tormenta

La mañana ha sido calurosa, muy calurosa. El sol martilleaba en el centro del cielo, insistente, como hacía mucho tiempo que no machaba. Como en un lugarcito llamado “El Rincón Amazónico” que es donde suelo comer todos los días. Al salir, el viento levanta nubes de polvo, la gente corre por las calles para refugiarse en el primer lugar que ven. En el horizonte, una gran nube negra emerge de la espesura, amenazadora y lúgubre. A su paso va levantando el polvo, sacudiendo los árboles, haciendo crujir las casitas de madera. Pronto todos los montes que rodean Arajuno se ven oscurecidos por una capa blanquecina y difusa que se va tragando poco a poco el mundo, hacía donde yo estoy. Todo se revuelve, los torbellinos de basura, la ropa tendida, los letreros mal apuntalados…

La lluvia cae con fuerza, casi con la fuerza de granizo. Arranca partes de tierra con su paso, los riachuelos corren por los caminos sin asfaltar y se amontona el agua en los jardines. Yo, cobijado, sonrío, siento un placer casi suicida en ver a la naturaleza en toda su furia aullar enloquecida delante de mis narices.

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