sábado, 10 de septiembre de 2011

Guayusa

Mi antepenúltima noche quedo con mi amigo Froilán para despertar a las 3 y media de la noche y tomar guayusa en el centro cultural. Su hermano Vicente me promete venir a recogerme. A duras penas consigo despertarme, vestirme y salir a la calle, donde el frío viento la recorre libérrimo. Por supuesto, Vicente no ha venido con la moto y me toca recorrer Arajuno en toda su extensión por la noche. En realidad Arajuno se recorre de punta a punta en poco más de cinco minutos, pero ese no es el problema. En la mayoría de América Latina hay muchos perros callejeros y sueltos, en Arajuno hay como diez veces más y por la noche se vuelven especialmente salvajes y eso sin contar con los perros guardianes que están sueltos y salen a defender sus casas aunque tú solo estés paseando por delante de ella. Así que me tocó correr por todo el pueblo perseguido por una jauría de rabiosos perros (y rabiosos seguro que literalmente algunos lo eran) cuyo grupo no hacía sino crecer a medida que iba pasando por delante de nuevas casas.

Al llegar al centro cultural, los compañeros ya habían encendido una hoguera y colocado una olla con agua y guayusa, hirviente. Tengo que explicar esto. Los kichwas (también otras culturas amazónicas como los shuaras) tienen la costumbre de levantarse muy temprano, algunas horas antes del amanecer para tomar una infusión hecha a partir de una planta llamada guayusa. Por lo que he podido ver esta planta tiene más o menos los mismos efectos que el café, ósea despierte y activa, aparte de estar bastante rica. Mientras beben, comentan los sueños que han tenido durante la noche y los ancianos los interpretan, y a partir de estos sueños que han tenido los diferentes miembros de la familia que saben más o menos lo que va a ocurrir durante esa jornada. También los cazadores se purifican con jugo de tabaco ya sea esnifándolo o bebiéndolo para luego vomitar o escupir la flema y así ir limpios y vacíos a la caza, ser más livianos y sigilosos. A los niños se les aplica ají si no se despiertan a tiempo, para que vayan aprendiendo las costumbres. Después antes de amanecer se les obliga a ir al río a bañarse, con el frío matinal, para endurecerse y prepararse para el día. Después, se les sienta en los linderos del bosque, para que lo observen, y también miren las montañas y escuchen a los animales, para familiarizarse con el lugar, para que comiencen a impregnarse del samay.

Allí en el centro cultural, mientras tomamos guayusa y alguno que otro llora por el jugo de tabaco, van contando sus historias personales, algunos en kichwa, otros en castellano, hablan de como bebían guayusa y de cómo vivieron eso de pequeños. La experiencia es preciosa, ver amanecer en la selva sentados alrededor de la hoguera y escuchar buenas historias de buenas gentes. Después bebemos chicha, desayunamos y comenzamos el día impregnados de aquella magia que emana del bosque, de la tierra y el cielo y que te hace sentir pleno y dichoso.

Ayakwaska

Con mis días que se acaban en Arajuno, mi desespero por probar la planta usada por los yacchas para tener visiones era cada vez mayor. Preguntando, me entero que una mujer perdió a su marido hace unas semanas y sus hijos temiendo que le afecte un “mal aire” habían hecho llamar a un chamán del Tena para que le curase el espíritu. Yo y mi amigo Vicente, un joven que había emprendido el camino del chamanismo pero no lo había completado por cuestiones personales decidimos asistir con la esperanza de probar la ayakwaska.

Al entrar en aquel hogar nos abofeteó el aire sumamente enrarecido que provoca el dolor y la tristeza. La señora tirada en su cama lloraba y gritaba en kichwa y a veces entre sollozos explicaba como fue el accidente donde falleció su marido. Mientras, una ristra de mujeres jóvenes, todas hijas suyas, entraban cargadas de niños y bebes, no pude sino loar la fertilidad de las mujeres de aquella familia que ellos acogieron riéndose.

Al rato, llego el yaccha, y pasamos a otra sala más grande. En ella, el chamán preparó sus utensilios; la botella de ayakwaska, otra con aguardiente, otra también con aguardiente pero con diferentes plantas sagradas y su abanico de hojas. Tomó ayakwaska y se enjuagó la boca con aguardiente sin parar un segundo de fumar. Roció con su boca el abanico con el aguardiente especiado. A esto mi amigo Vicente le comenta nuestra intención de tomar y el chamán con una sonrisa nos da la preciada bebida. Tengo que decir que he bebido dos veces ayakwaska y tiene un sabor amargo horrible que se te pega en la boca por horas. Nos enjuagamos con aguardiente, escupiéndolo en un barreño y nos sentamos alrededor de la señora.

El yaccha apaga las luces y sacudiendo el abanico canta y silva solo iluminado por la luz del cigarro que explosiona con cada calada sumiendo sus facciones en tonalidades rojizas que al mezclarse con el cántico y el agitar continuo de las hojas me hacen soñar con el origen del mundo, del hombre y del cosmos. Los minutos pasan y me siento cada vez más relajado y tranquilo, un poco mareado, como borracho pero no veo nada. Al rato Vicente (que también había tomado) se levanta y se va. Yo me quedo en la oscuridad, perdido allí en mitad de esa familia invadida por el dolor. El chaman consuela a la mujer, diciéndole que esta ya limpia y que nada le va a hacer daño. Luego habla con los hijos, y les da un mensaje del padre diciendo que tienen que portarse bien, al primogénito que cuide de la familia, a las mujeres que eduquen bien a sus hijos y a los niños que crezcan sanos y fuertes.

A estas alturas del ritual yo también me voy, decepcionado por segunda vez con la ayakwaska, pues no he tenido las visiones deseadas, no he hecho un viaje espiritual introspectivo que me ayudase a guiarme en la vida, nada. Esto me hace pensar si no es más que sugestión o si simplemente ataca a mentes o constituciones más débiles. Voy a casa de Vicente y su madre me pregunta que como me ha ido, le cuento y ella me dice que hay gente a quién la ayakwaska no hace nada y otras más sensibles que sí. Por su parte, Vicente esta tumbado en la cama, mareado y sudoroso, y yo allí le dejo. De camino a mi cama, decido acostarme, cerrar los ojos y concentrarme para ver lo que realmente quiero ver, ya que llevo ayunando todo el día y la bebida aún tiene que recorrer mi cuerpo. Lo único que consigo es dormir y volver a tener esa tormenta de sueños estrambóticos que me hacen despertar por la mañana confuso y perdido, pero eso es moneda corriente para mí.

Tormenta

La mañana ha sido calurosa, muy calurosa. El sol martilleaba en el centro del cielo, insistente, como hacía mucho tiempo que no machaba. Como en un lugarcito llamado “El Rincón Amazónico” que es donde suelo comer todos los días. Al salir, el viento levanta nubes de polvo, la gente corre por las calles para refugiarse en el primer lugar que ven. En el horizonte, una gran nube negra emerge de la espesura, amenazadora y lúgubre. A su paso va levantando el polvo, sacudiendo los árboles, haciendo crujir las casitas de madera. Pronto todos los montes que rodean Arajuno se ven oscurecidos por una capa blanquecina y difusa que se va tragando poco a poco el mundo, hacía donde yo estoy. Todo se revuelve, los torbellinos de basura, la ropa tendida, los letreros mal apuntalados…

La lluvia cae con fuerza, casi con la fuerza de granizo. Arranca partes de tierra con su paso, los riachuelos corren por los caminos sin asfaltar y se amontona el agua en los jardines. Yo, cobijado, sonrío, siento un placer casi suicida en ver a la naturaleza en toda su furia aullar enloquecida delante de mis narices.

Aucas

Los waorani, son una nación de indígenas amazónicos que habitaban toda la región de Pastaza y parte de lo que hoy es Orellana. Los waos han sufrido una verdadera invasión y desplazamiento durante los últimos setenta años por parte de los kichwas amazónicos que viniendo del norte, fueron colonizando estas tierras y tomándolas en posesión. Los waos por su parte se fueron cada vez internando aún más en la selva, hacia el interior. Hoy en día, es la nacionalidad amazónica ecuatoriana que menos ha sufrido la aculturación y la intromisión de las multinacionales o el propio estado ecuatoriano. Es la única nacionalidad que mantiene, en el interior del parque nacional del Yasuní, a dos grupos no contactados, que aún viven como siempre han vivido, desde hace miles de años. A pesar de esto, los waos en los últimos veinte años han cambiado mucho y sufrido profundamente la intrusión de fuerzas culturales procedentes de la sierra, por parte de las petroleras y a la vez por la cada vez más eficaz y metódica organización y administración territorial que dirigen por supuesto, funcionarios municipales kichwas.

Por su parte los kichwas tratan a los waos de “aucas” ósea, salvajes. Y es común que te cuenten historias de ellos diciendo que los pobres aún no están civilizados o que son todavía salvajes, tratándolos con condescendencia. Pero los waorani son duros y bravos, y se enfadan con rapidez si no cumples tu palabra o si invades su territorio sin permiso, siendo celosos de lo que consideran que es suyo.

No es extraño escuchar historias de como los waos han destripadoa lanzazos a un empresario que ha contaminado el territorio de una comunidad o como han lanzado atado a un funcionario público especialmente mentiroso a un hormiguero de furiosas hormigas devoradoras. Pero en estos días he escuchado dos historias impactantes sobre ellos y su violento sentido del honor.

La primera historia me la contó un hombre que trabajó para una compañía petrolera hace muchos años y como sin saberlo los internaron en un territorio waorani. El único que sabía dónde iban era un waoaculturado que trabajaba como guía para la compañía. Cuando les cogió la noche, empezaron a escuchar cantar a loros y tucanes, animales que son diurnos. Extrañados miraron al compañero wao que les servía de guía, y este temblando comenzó a correr en dirección contraria internándose en la selva gritando: “están aquí, están aquí”. Efectivamente, era un nutrido grupo de guerreros waorani decididos a atacar el campamento. En la refriega murió un trabajador kichwa de la compañía y un guerrero waorani que despacharon de un tiro de carabina, provocando la huida del resto de guerreros que siguieron acechando a los trabajadores y acosándolos hasta que abandonaron sus tierras.

La segunda historia me la contó un amigo kichwa. Su madre es directora provincial de educación bilingüe en Pastaza, y se reunió con su homólogo en la provincia de Orellana, junto con el gobernador y varias autoridades. Fueron a visitar una comunidad donde se estaban llevando a cabo una serie de convenios. Al llegar allí con las camionetas, la hostilidad era patente. Salieron al paso los hombres de las comunidades portando lanzas, rodeando a la comitiva y atándolos a sillas, mientras gritaban en su lengua. A un funcionario que al parecer no había cumplido su palabra, un grupo de mujeres le abofeteaban y los hombres le pinchaban amenazadoramente con sus lanzas. El hombre lloraba. Al rato de discutir los soltaron y el grupo decidió escapar en un descuido. Corrieron hacia las camionetas y cuando emprendieron la huida, vieron que los guerreros habían talado los árboles con grandes hachas tumbándolos sobre el camino. Al cabo de horas de negociación y promesas, los waorani los dejaron irse.

Creo que más de uno se lo pensará dos veces antes de intentar engañar a un wao.

La madre

Cae la noche en el Oglán. Las estrellas agujerean la bóveda celeste tímidamente, mientras la luna acecha entre la espesura que corona los cerros encantados del cálido valle. Sentado en el porchecito de la choza de Moisés Chimbo, su mujer lía con destreza unos cigarros. Estos cigarros están hechos con tabaco que crece salvajemente en la selva, recolectan las hojas y hacen un mazo con ellas, para después ir desmenuzando el tabaco para fumar. Para liar los cigarros, se usa hoja de banano secado al sol, que le dan una apariencia como de habano, otorgándole un sabor delicioso e intenso al tabaco.

La mujer se llama Noelia. Al verla, no puedo evitar ver la esencia de la naturaleza en sus ojos penetrantes, colmados de sabiduría y con ese regusto triste de quienes han vivido mucho. Es seria, y emprende las labores domésticas con metódica eficacia. Cuidando de la casa y preparando deliciosos platos para su familia, como los chuntacuros que ahora mismo huelen en el maito (son unos sabrosos y gordos gusanos que se pueden cocinar de varias maneras, pero la preferida es en maito, ósea asados metidos dentro de unas hojas que no se queman. Parecido a cocinar con papel de plata, pero con un resultado más intenso).

La mujer parece mucho mayor de lo que en realidad es. Seguramente sea por la cantidad de hijos que ha tenido que parir y cuidar a lo largo de su vida. Ha tenido quince, de los cuales han sobrevivido doce. Estos doce comprenden todos los espectros que cubren la vida, estando la hija mayor ya casada esperando también un hijo y siendo el menor un bebe recién destetado.

Me ofrece los cigarros que luego repartiré entre los compañeros del Oglán y yo le pregunto;

- ¿No está usted cansada de tantos hijos?

- Tengo miedo de que un día no pueda tener más y Moisés me abandone por una mujer más joven y fértil – me dice mientras sonríe con afectiva sinceridad.