lunes, 18 de julio de 2011

Naturaleza mágica

- Es una historia conocida en el pueblo.
Me dice Fernando mientras me sirve otro vaso de Pilsener en un local en el centro de Quito.
- Una niñita de cuatro años no más se perdió en la selva, eso es perderla para siempre de seguro. Su madre lloraba porque una niña tan chiquita en el bosque no tiene posibilidades, la gente ya le decía que se fuera concienciando de que un animal se la había llevado.
Hizo una pausa casi estudiada para otorgar dramatismo a la historia.
- Pero a los cuatro días la niña apareció en el pueblo, sin un rasguño, solo con la ropita llena de lodo. La madre le abrazó desconsolada, todo Arajuno rodeaba a la pequeña tocándola sin creerse que hubiera podido volver. La niña hoy es una adolescente que va a la escuela.
Yo le miraba con sorpresa, “¿Cómo sobrevivió?” le pregunté. Él bebió otro trago de cerveza.
- Eso le preguntó todo el mundo. Y la niña muy seriamente respondió que bajo la selva.
Le miré extrañado.
- Dijo que un anciano la cuidó bajo tierra durante cuatro días, le dio de comer y la cobijó, y que allá abajito hay ciudades donde viven otras gentes, bajo el mundo. Los indígenas son conscientes de que el mundo está plagado de otros mundos, la naturaleza es muy espiritual aquí y todos lo viven intensamente.
Me miró largamente.
- Aunque eso es algo que ya verás y que te cambiará para siempre.

Al borde del barranco

Mientras bebemos vino Manzanilla que le traje de España en gratitud por su hospitalidad, Juan Carlos y su novia son gente hospitalaria y simpática. Me cuentan historias de sus viajes por Latinoamérica, con alegría y el brillo aventurero escondido entre las palabras. Surge el tema de la delincuencia y riéndose me dicen “Si Quito te parece peligroso, tienes que ir a Caracas no más, allí la violencia es brutal y todo ocurre en cuestión de segundos”.


Y es entonces cuando me cuentan la historia de un amigo suyo, doctor, que conducía su coche por Caracas y que bajó la ventana del coche unos centímetros para tirar la colilla del cigarro que andaba fumando. Solo sirvió eso para que le encañonasen con una pistola y le obligasen a abrir la puerta del coche, subiéndose cuatro hombres a él y obligándole a conducir hasta un barranco que hay a las afueras. Ese barranco es famoso, la fama le viene que si te llevan allí te van a matar seguro después de robarte. El doctor era consciente de ello y luego de quitarle la ropa, la cartera, el móvil y el coche se disponían a matarlo, pero él les suplicó que no lo hicieran porque había trabajado en un hospital que servía para curar maleantes. “Yo curé a muchos de su gente” les dijo, y parece ser que por eso le perdonaron la vida, dejándole desnudo a las afueras de la capital.
Lo curioso es la tranquilidad con que esta pareja me hablaba de esa violencia, como si fuera endémica de Venezuela.


Me dijeron que aun así tenía que irme allí a visitar el lugar, pero yo creo que va a ser difícil.

Ofrendas al sol y la tierra

La música estridente reverbera entre las estribaciones andinas. Los colores se amontonan en un torbellino de bailes en el atardecer lluvioso. La charla incesante de Daniel, un fotógrafo colombiano que ha recorrido los Andes desde Chile hasta su país parece acompasarse al retumbar de los “discomóviles”.

En una esquina del lugar tocan los instrumentos y bailan cantando el grupo con el que vine haciendo lo mismo desde más abajo de la montaña. Pero ahora observo a un numeroso grupo que baila con inquietantes máscaras y trajes de colores alrededor de un alto poste donde cuelgan todo tipo de frutas, empanadas, pan, hortalizas y botellas de licor. Mientras, zarandean gallinas y gallos lanzando al aire una nube de plumas. Y así llevan bailando todo un mes y así se llevaran toda la noche, en la última noche del Inti Raymi.
De pronto una naranja cae a mis pies, lanzada desde el huracán kichwa. Yo sorprendido miro a Daniel.
- Parece que ya desde tu primer día en Latinoamérica, la Pacha Mama te da su bendición.
Me dice sonriente mientras me ofrece un cuenco repleto de chicha de maíz.