sábado, 10 de septiembre de 2011

Ayakwaska

Con mis días que se acaban en Arajuno, mi desespero por probar la planta usada por los yacchas para tener visiones era cada vez mayor. Preguntando, me entero que una mujer perdió a su marido hace unas semanas y sus hijos temiendo que le afecte un “mal aire” habían hecho llamar a un chamán del Tena para que le curase el espíritu. Yo y mi amigo Vicente, un joven que había emprendido el camino del chamanismo pero no lo había completado por cuestiones personales decidimos asistir con la esperanza de probar la ayakwaska.

Al entrar en aquel hogar nos abofeteó el aire sumamente enrarecido que provoca el dolor y la tristeza. La señora tirada en su cama lloraba y gritaba en kichwa y a veces entre sollozos explicaba como fue el accidente donde falleció su marido. Mientras, una ristra de mujeres jóvenes, todas hijas suyas, entraban cargadas de niños y bebes, no pude sino loar la fertilidad de las mujeres de aquella familia que ellos acogieron riéndose.

Al rato, llego el yaccha, y pasamos a otra sala más grande. En ella, el chamán preparó sus utensilios; la botella de ayakwaska, otra con aguardiente, otra también con aguardiente pero con diferentes plantas sagradas y su abanico de hojas. Tomó ayakwaska y se enjuagó la boca con aguardiente sin parar un segundo de fumar. Roció con su boca el abanico con el aguardiente especiado. A esto mi amigo Vicente le comenta nuestra intención de tomar y el chamán con una sonrisa nos da la preciada bebida. Tengo que decir que he bebido dos veces ayakwaska y tiene un sabor amargo horrible que se te pega en la boca por horas. Nos enjuagamos con aguardiente, escupiéndolo en un barreño y nos sentamos alrededor de la señora.

El yaccha apaga las luces y sacudiendo el abanico canta y silva solo iluminado por la luz del cigarro que explosiona con cada calada sumiendo sus facciones en tonalidades rojizas que al mezclarse con el cántico y el agitar continuo de las hojas me hacen soñar con el origen del mundo, del hombre y del cosmos. Los minutos pasan y me siento cada vez más relajado y tranquilo, un poco mareado, como borracho pero no veo nada. Al rato Vicente (que también había tomado) se levanta y se va. Yo me quedo en la oscuridad, perdido allí en mitad de esa familia invadida por el dolor. El chaman consuela a la mujer, diciéndole que esta ya limpia y que nada le va a hacer daño. Luego habla con los hijos, y les da un mensaje del padre diciendo que tienen que portarse bien, al primogénito que cuide de la familia, a las mujeres que eduquen bien a sus hijos y a los niños que crezcan sanos y fuertes.

A estas alturas del ritual yo también me voy, decepcionado por segunda vez con la ayakwaska, pues no he tenido las visiones deseadas, no he hecho un viaje espiritual introspectivo que me ayudase a guiarme en la vida, nada. Esto me hace pensar si no es más que sugestión o si simplemente ataca a mentes o constituciones más débiles. Voy a casa de Vicente y su madre me pregunta que como me ha ido, le cuento y ella me dice que hay gente a quién la ayakwaska no hace nada y otras más sensibles que sí. Por su parte, Vicente esta tumbado en la cama, mareado y sudoroso, y yo allí le dejo. De camino a mi cama, decido acostarme, cerrar los ojos y concentrarme para ver lo que realmente quiero ver, ya que llevo ayunando todo el día y la bebida aún tiene que recorrer mi cuerpo. Lo único que consigo es dormir y volver a tener esa tormenta de sueños estrambóticos que me hacen despertar por la mañana confuso y perdido, pero eso es moneda corriente para mí.

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