domingo, 21 de agosto de 2011

La selva es tímida

Mis pies pisan el bosque protector del Oglán por primera vez. El Oglán es el río que pasa por ese valle y da nombre a todo el bosque. Es un lugar alejado de Arajuno, a una media hora en autobús. Allí la naturaleza aún está viva y no se da el síndrome de “bosque vacío” que hay en varios kilómetros a la redonda entorno a Arajuno y la actividad humana.

Desde un mirador en lo alto de la loma que da inicio al descenso hacia el valle, observo el lugar. Es hermoso, el verde explota en todos los rincones hasta el horizonte, cubriendo los montes, formando olas en un océano virginal que respira columnas de vapor. Los monos chillan, la sasha warmi canta, los mil pies corren por el camino, los árboles se preñan de termiteros y las hormigas agricultoras cargan incansables montones de hojas hacia los hormigueros.

Conozco a Moisés, el guardabosque. Un kichwa agradable, callado y sabio, ha vivido mucho en el bosque y lo conoce bien. Voy también con Fernando y entre los dos me explican que hay que respetar a la selva, pedirle permiso para entrar, con buen corazón y con ganas de aprender. Moisés me ayuda a hacer un ritual de purificación y es entonces cuando nos adentramos en las entrañas del Oglán.

Bajamos tranquilos, respirando ese aire húmedo y fresco que sale de las profundidades del valle. Moisés me señala unas hormigas que tienen un sabor parecido al limón, y así es. Mientras saboreo esas deliciosas hormigas el bosque ruge, desde lejos, avisando. Haciendo oídos sordos bajamos y llegamos a la estación científica. Allí pasamos el día trabajando.

Justo antes de volver, mientras anochece, comemos un poco de huevo con yuca y chicha para reponer fuerzas para regresar. A la vuelta, la noche se nos cae encima y la selva cobra vida. El concierto de insectos y anfibios compagina a la perfección con el rumor del río Oglán. Y es subiendo, a oscuras, con solo la linterna para guiarnos cuando la selva entra en cólera, llevo demasiado tiempo en sus dominios. Empieza a llover torrencialmente, se ilumina el horizonte con los rayos y el estruendo de los truenos azota la copa de los árboles. Un espectáculo sobrecogedor, bello y salvaje. No puedo dejar de maravillarme de aquello, aunque este presenciando la ira del Oglán.

Desde el mirador donde pude apreciar esa mañana el valle, veo entre los destellos celestes, la bruma serpenteando por las estribaciones y el recortar de las crestas cubiertas de floresta, no puedo evitar que me siga recordando al océano. Un océano tormentoso.

Y es hasta que no salgo de sus dominios que el bosque no deja de llorar. Ya fuera, el tiempo se calma, la lluvia cesa, los relámpagos se alejan y el rumor de los insectos vuelve, orbitando eternamente entre las luces del control forestal de carretera.

Volveré al Oglán, pero la próxima vez le llevaré tabaco, y fumaremos juntos, le saludaré, porque pasé la prueba, porque ya somos amigos.

1 comentario:

  1. las maravillas del oglán con las que aun hay días en los que sueño.

    ResponderEliminar