domingo, 21 de agosto de 2011

La montaña del oro

El Centro Cultural de Turismo Comunitario no va bien. Gastan miles de dólares en capacitación y talleres, pero los turistas no llegan a Arajuno, y aún menos a las comunidades socias. No saben que ocurre, porque no hay turistas, porque esos deseados seres rebosantes de plata nunca ponen un pie en Arajuno. Un día fui a visitar y me encontré dando consejos de cómo mejorar el turismo, de hacer un centro de interpretación, de organizar una buena campaña de marketing, etc. Tras la pequeña reunión, me quedo con Miriam, una mujer mestiza desposada con un compañero shuar. Yo le acababa de contar mi experiencia en el Oglán.

- Carlos ocurren cosas, aquí, en la Amazonía que la gente como tú y como yo no podemos explicar. Pero ocurren y debemos reflexionar, si no habremos entrado en un lugar donde lo espiritual y lo real aún no se han divorciado.

Te voy a contar cuando yo fui a Sangay, el gran volcán rodeado por la selva. Allí había una montaña famosa porque daba oro y dos semanas antes había protagonizado una truculenta historia donde un hombre había muerto aplastado por la misma tras querer arrancarle de su pecho sus tesoros sin permiso.

Nosotros fuimos a esa montaña, yo y un grupo de shuar, más que nada por la curiosidad. Por allí cerca pasa un gran río y de las entrañas de esta montaña de oro surge un riachuelo que va a parar a este río casi en línea recta. Allí vimos a una anciana shuar lavando oro. Cuando le preguntamos nos dijo que buscaba oro para sacar a su hijo de la cárcel. Entonces le preguntamos porque lavaba oro tan lejos de la montaña, si allí había conseguido una considerable cantidad de oro, aún más cerca de la montaña conseguiría mayor suma. La mujer nos respondió que la montaña era celosa y tenía mal humor, que mejor dejarla tranquila. Nosotros por nuestra cuenta no hicimos caso y nos acercamos a la montaña, donde enterramos nuestras manos en la tierra de la ladera y conseguimos sacar unas cuantas pepitas de oro. Fascinados comenzamos a excavar frenéticos.

Al poco la montaña tembló y comenzó a llover, a llover mucho. El viento azotó los árboles, lanzándolos hacía donde estábamos nosotros, a zarandearnos y tirarnos rocas desde lo alto. Salimos corriendo riachuelo abajo, hacía el gran río al que luego se unía. Al poco de llegar al río sentimos que el mal tiempo nos seguía, como acosándonos. Los cuatro que habíamos excavado, comenzamos a vomitar, a sentirnos débiles y querernos morir. Para salvar la vida tuvimos que saltar a las aguas rápidas del río y dejarnos llevar hasta que varamos en una playa un poco más abajo.

Yo agarré un machete rápidamente y me lavé el espíritu, mientras recitaba disculpas a la montaña y le prometía respeto futuro. Así nos salvamos, Carlos.

Esta es una tierra llena de tabúes, algunos peligrosos, por experiencia te recomiendo que los respetes.

Tras esto me regaló un collar shuar con mucho cariño y con una sonrisa misteriosa me despidió en la puerta.

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