sábado, 10 de septiembre de 2011

La madre

Cae la noche en el Oglán. Las estrellas agujerean la bóveda celeste tímidamente, mientras la luna acecha entre la espesura que corona los cerros encantados del cálido valle. Sentado en el porchecito de la choza de Moisés Chimbo, su mujer lía con destreza unos cigarros. Estos cigarros están hechos con tabaco que crece salvajemente en la selva, recolectan las hojas y hacen un mazo con ellas, para después ir desmenuzando el tabaco para fumar. Para liar los cigarros, se usa hoja de banano secado al sol, que le dan una apariencia como de habano, otorgándole un sabor delicioso e intenso al tabaco.

La mujer se llama Noelia. Al verla, no puedo evitar ver la esencia de la naturaleza en sus ojos penetrantes, colmados de sabiduría y con ese regusto triste de quienes han vivido mucho. Es seria, y emprende las labores domésticas con metódica eficacia. Cuidando de la casa y preparando deliciosos platos para su familia, como los chuntacuros que ahora mismo huelen en el maito (son unos sabrosos y gordos gusanos que se pueden cocinar de varias maneras, pero la preferida es en maito, ósea asados metidos dentro de unas hojas que no se queman. Parecido a cocinar con papel de plata, pero con un resultado más intenso).

La mujer parece mucho mayor de lo que en realidad es. Seguramente sea por la cantidad de hijos que ha tenido que parir y cuidar a lo largo de su vida. Ha tenido quince, de los cuales han sobrevivido doce. Estos doce comprenden todos los espectros que cubren la vida, estando la hija mayor ya casada esperando también un hijo y siendo el menor un bebe recién destetado.

Me ofrece los cigarros que luego repartiré entre los compañeros del Oglán y yo le pregunto;

- ¿No está usted cansada de tantos hijos?

- Tengo miedo de que un día no pueda tener más y Moisés me abandone por una mujer más joven y fértil – me dice mientras sonríe con afectiva sinceridad.

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