lunes, 18 de julio de 2011

Al borde del barranco

Mientras bebemos vino Manzanilla que le traje de España en gratitud por su hospitalidad, Juan Carlos y su novia son gente hospitalaria y simpática. Me cuentan historias de sus viajes por Latinoamérica, con alegría y el brillo aventurero escondido entre las palabras. Surge el tema de la delincuencia y riéndose me dicen “Si Quito te parece peligroso, tienes que ir a Caracas no más, allí la violencia es brutal y todo ocurre en cuestión de segundos”.


Y es entonces cuando me cuentan la historia de un amigo suyo, doctor, que conducía su coche por Caracas y que bajó la ventana del coche unos centímetros para tirar la colilla del cigarro que andaba fumando. Solo sirvió eso para que le encañonasen con una pistola y le obligasen a abrir la puerta del coche, subiéndose cuatro hombres a él y obligándole a conducir hasta un barranco que hay a las afueras. Ese barranco es famoso, la fama le viene que si te llevan allí te van a matar seguro después de robarte. El doctor era consciente de ello y luego de quitarle la ropa, la cartera, el móvil y el coche se disponían a matarlo, pero él les suplicó que no lo hicieran porque había trabajado en un hospital que servía para curar maleantes. “Yo curé a muchos de su gente” les dijo, y parece ser que por eso le perdonaron la vida, dejándole desnudo a las afueras de la capital.
Lo curioso es la tranquilidad con que esta pareja me hablaba de esa violencia, como si fuera endémica de Venezuela.


Me dijeron que aun así tenía que irme allí a visitar el lugar, pero yo creo que va a ser difícil.

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